Algunas veces nos toca vivir una experiencia, en la que algo se nos hace evidente; una nueva comprensión aparece, iluminando más profundamente interrelaciones que de ordinario pasan inadvertidas.
Notamos el poder sanador de esas experiencias, con una claridad absoluta. A veces las guardamos en silencio, porque son muy íntimas, historias mínimas, pero sin embargo muy poderosas. Hoy me siento con deseos de compartir una.
Bajo la higuera ( Sous le figuier)
Todo comenzó el sábado en la noche, frente al televisor, en que por casualidad dimos con una película, ya empezada, que aun así atrapó de inmediato la atención de los que estábamos compartiendo ese momento.
Una bella casa de campo, es el escenario luminoso en que se cuenta la historia del último verano de una vieja mujer, Selma. El clima de serenidad en que transcurre la historia, acompaña la dulzura, vulnerabilidad y sabiduría de este personaje, que se despide con lucidez y suavidad de la vida.
La acompañan dos mujeres, un hombre y tres niños. Nathalie, independiente y solitaria, Christophe, padre divorciado con sus dos pequeñas hijas, y Yoëlle una muy joven mujer que se ocupa del cuidado de personas ancianas y su pequeña hija. Nathalie y Christophe, amigos de Selma, atraviesan crisis vitales, en la mitad de sus vidas. Los tres, por diferentes motivos viven estresados, y sufren.
Selma, que tiene la fortuna de saber y poder partir suavemente de esta vida, los invita a salir de la agitación cotidiana, y a acompañarla en el sereno discurrir del final de una pequeña vida tranquila, no exenta de problemas, ni de profundo amor. La vieja dama los invita a entrar en su ritmo suave, a pausar su agitación, bajo la higuera. El ritmo de quien se apronta a morir, ilumina a los que van a seguir adelante con sus vidas, para mirar más profundamente y seguir adelante, tal vez, con más lucidez.
La película nos invita también a los espectadores a entrar en un estado contemplativo, ofreciendo la experiencia de mirar el dolor de la vida, y aún la muerte, desde un lugar de serenidad.
Toda la película es un espacio amoroso y luminoso para conectar de un modo más ligero con nuestra humanidad y nuestra condición vulnerable y efímera.
La receta recuperada
Esa noche soñé con mi madre, quien murió hace dos años, en circunstancias muy dolorosas, ya en el final de una larga enfermedad que se había llevado hacía mucho su memoria y lucidez.
En mi sueño, mi madre aparecía con el estado que tenía un par de años antes de su muerte, los signos del deterioro eran evidentes, pero ella no había perdido aún el disfrute por la vida. Cierta desinhibición había dado rienda suelta al sentido del humor que siempre la caracterizó, y nos podíamos reír mucho en su compañía.
En mi sueño, algo del ambiente luminoso de esa casa de campo, se amalgamaba con nuestra casa de descanso, donde hemos pasado muy buenos momentos en su compañía rodeados de naturaleza y sol.
El sueño era eso, momentos compartidos ayudándola a desplazarse, a hacer pequeñas cosas cotidianas que se le hacían difíciles, en medio de un espacio soleado y verde.
A la mañana recordé el sueño, con placidez.
Ya entrado el medio día, preparando el almuerzo familiar del domingo, y olvidada del sueño y la película, me vino la idea de hacer de postre la crema que hacía mi mamá. No se me da muy bien el tema de la cocina, y hacía muchos años que no la preparaba. Me había olvidado de la receta y busqué recrearla con ayuda de libros de cocina y de una búsqueda por internet. Aparecieron decenas de recetas, pero ninguna era igual a la que recordaba. De a poco fueron emergiendo entre las brumas de la memoria los pasos de la receta y me puse manos a la obra.
Cuando la probé, aún tibia, reconocí inmediatamente el sabor idéntico, y ahí recordé la película y el sueño.
En un espacio sanador : la actitud contemplativa
¿Qué había llamado a mi intención de recuperar la receta?
Con claridad comprendí la interrelación de todo lo acontecido.
La mirada contemplativa de la muerte y la vida, en la que había entrado despacito, guiada por la cálida mano de la directora del film, me había brindado una nueva oportunidad de acercarme a la muerte, esta vez de un modo apacible.
Ya es conocido que el arte nos invita a un espacio intermedio- como decía Winnicott- un espacio transicional, en el que algo nuevo puede emerger.
Como una modesta flor que asoma sus colores al sol, la receta fue apareciendo a mis manos que recordaban los pasos a medida que se iban desplegando en la cocina.
Sentí que recuperar la receta era estar en paz con mis memorias, trascender el dolor, para recuperar la vida detrás del dolor.